viernes, 8 de junio de 2012



Hace como ocho años, cuando yo era una imperfecta adolescente y ella (curiosamente) tenía mi edad, alguien escribió de mí sin saberlo:


Yo llego eternamente tarde, así me gusta hacerlo y no puede ser de otra manera. No hay evento que amerite mi puntualidad.  Yo soy buena, un bellísimo ser humano, pero nadie parece darse cuenta espontáneamente de ello. Tengo que andar por la vida diciendo: “Mírame, soy una buena persona, llegué tarde, pero soy buena persona”. No, no les importa. Disfrutan más de las malas intenciones.

Así que, si es necesario, me disculpo. Siento correr con la sangre ligera (y también tremendamente pesada), pero sepan que tiene todo que ver conmigo y nada que ver con ustedes. Soy buena persona, no llegué tarde, llegué cuando tenía que llegar.Lo digo sin soberbia y con la convicción de que el tiempo de los otros merece todo mi respeto. Pero nunca se ha tratado de eso y parece que nadie lo entiende. 

Soy irremediablemente impuntual, y la única razón por la cual no he dejado de serlo es porque no lo considero un defecto, al contrario, me parece una virtud tener mi propio tiempo. Ese que es sólo mío y del reloj que no parece correr a mi paso me ha hecho más feliz que el resto de mis costumbres. 

Aunque me ha costado citas perdidas, trenes partidos y amistades enfurecidas, también me ha dado una cantidad de imprevistos maravillosos; gracias a él he encontrado personas, lugares y situaciones que jamás hubieran cabido en el tiempo premeditado. 

Hoy también llegaré tarde, sean amables y sonrían al verme; que mi tiempo (ese que es mío y nada más) merece el mismo respeto que el suyo.



Y aquí estoy otra vez llorando por uno de esos programas gringos que me deberían de parecer terriblemente estúpidos, pero que nunca terminan de apelar a mi lado dramático-pseudo-romanticón y me dejan chillando cual quinceañera recién cortada. 


Estoy llorando porque hay doctores de bebés y yo no soy uno de ellos. Hay un montón de gente bien bonita y bien "letrada" que se pasa sus días durmiendo y comiendo en pasillos de hospital, quejándose de que la gente nomás no se toma las medicinas y luego llega medio muriéndose a reclamar que nadie se ha tomado la molestia de salvarla de si misma. Hay un montón de gente que tiene ojeras de tanto poner sueros e intravenosas, y no de dibujar y rotular y escribir y llenarse los dedos de tinta.


Estoy llorando de la alegría casi culpable de ser la segunda y no la primera, y porque ese sueño caducó hace unos años y yo me tardé otros tantos en darme cuenta.

Lloro por la que tenía 17 y quería hacer tantas cosas que no se dedicaba, ni ocupaba, ni sufría en hacer ninguna. La de antes no podía imaginarse sin guantes de látex e intravenosas, dando respuestas calculadas a preguntas insistentes y pensando con la sangre fría cuando de los cuerpos brotaba sangre caliente. La de antes se entrenó a pensar que los cuerpos eran papel, cuando ahora mi única (y más grande virtud) es precisamente dedicarme a convertir el papel en cuerpo.


Pues aquí me voy llorándole de amor a la que se fue escribiendo el prólogo de la que ha llegado. La que se murió como héroe en la cúspide de mi batalla y en el camino me dejó el pasado más lindo que no podría recordar. Así lo hubiera querido ella y así lo quise yo.


Y más que nada estoy llorando porque amo mi vida y porque esa, que bueno, no ha caducado.

sábado, 5 de mayo de 2012

Créditos.


Pues nada, te lloro y te abrazo con brazos ausentes. La verdad es que no entiendo nada y a veces (muchas veces) me siento lastimada por una verdad que aún no ocurre y que espero pase en mucho tiempo, cuando las horas faltantes ya no valgan más que las vividas. 

Que difícil dejar a suerte ciega todo lo que antemano cuestiono, pero lo repito; si en algo creo es en ti y en mi. Tú que has sido tan parte de mi vida como uno lo puede ser.

Me han dicho que me aferre, pues me aferro a lo único que me hace ser mejor de lo que soy; los míos. Que los llamo míos sólo y tan sólo porque yo soy irremediablemente de ellos.

Me fuerzo a escuchar las palabras sinceras (y sus silencios) y eso, a respirar.

Esta soy yo dando las gracias.

sábado, 7 de abril de 2012

The branch will not break.

Me está llevando la chingada.

Lo digo aquí porque a mis alrededores nadie necesita eso. Tal vez tú, seguramente tú. Tú lo entenderías, pero los dos sabemos que eres precisamente el que menos debe escucharlo.

No te dije nada porque para mí es de mal augurio, no creo en la suerte, pero sabes que soy fatalista. Así que me quedé callada y te di un abrazo, que, considerando cuánto odias el contacto físico y la cursilería, significó más de lo que mis palabras podrían.

No te dije nada porque no me gustan las despedidas, porque me niego a tratar esto como una despedida.
Decir las cosas como si alguien se estuviera muriendo es eso, que alguien se está muriendo, y yo no puedo matarte todavía. Tú no te puedes morir todavía.

Me dicen que no piense en eso, que la ley de la atracción lo prohibe terminantemente. Que las cosas malas no le pasan a la gente buena (y yo no digo que sea buena, pero cuestiono ampliamente tal afirmación) si hubieran estado aquí asumirían lo contrario. Dicen que ya no nos toca, llover sobre mojado cansa, y es que eso, ya no duele -duele tanto- que cansa. Dicen que ore, que rece. Dicen que olvide, que beba. 

A mi me da lo mismo el placebo, lo que de verdad querría sería no tener una razón porqué rezar, porqué beber, porqué olvidar; que siendo sinceros, y para efectos prácticos, vienen siendo la misma cosa. Eso, estoy cansada y no hay más que decir.

No pretendo ofender a nadie -al contrario, agradecer- las palabras amigas son las que me han mantenido relativamente sana hasta ahora, pero hoy necesito que alguien acepte que las cosas están de la chingada y ya; sin consuelos ni terapia motivacional, sin rezos, sin poemas, sin palabras si es posible. Lo irónico es que probablemente tú eres el único maldito masoquista que estaría dispuesto a darme la razón.

Hay muchas cosas en las que no creo. En los últimos años, las circunstancias han mandado al olvido religiones enteras, pero también me han forzado a creer que si hay una cosa a la que me puedo aferrar, es a nosotros.

Hay muchas cosas en las que no creo, pero creo en ti y en mí. 

Creo, porque sólo somos dos. 


Porque el día que se murió, tu fuiste el único que me permitía no hablar, porque entendiste.


Porque siempre hemos sido dos... por eso no te puedes morir.
Esta es mi razón, no tengo lógica alguna para argumentarme, pero es lo más parecido que tengo a la fe y eso tiene que servir para algo.

Digo todo esto porque soy egoísta y estoy asustada, es mi manera de gritarle a la vida cuando ésta sólo me pide silencio. Lo digo porque espero que si hay alguien que te traiga a nosotros, ojalá tenga una computadora y me este leyendo. 


domingo, 25 de marzo de 2012

El que madruga abre un blog.

Sábado a las 4 am (el domingo no empieza hasta que despierte y tal vez por eso aún no me he decidido a dormir), debería de estar de fiesta o borracha o cualquier cosa que mis ínfimos veintes dicten como conducta apropiada, en cambio estoy aquí, escribiendo y no sé ni cómo ni cuándo llegué a esto.

Lo digo como si fuera una tragedia (¿se fijaron?), como si se tratara del breaking point de cualquier crisis pirata; lo hago lanzando preguntas al espectador ausente (a que se volvieron a fijar). Que asco, aún cuando niego que un alguien vaya a encontrarse con esto, o siquiera que sea yo la que lo está escribiendo, aún así no puedo dejar de teclear como si el otro-tú estuviera con el ojo pegado a la pantalla, esperando -¿queriendo?- contestarme. 

Lo hago como si alguien me obligara, como si aventar todo el orgasmo de mi chaqueta mental al cyber espacio me causara más pudor que placer. Parece que ni ante mi alter-ego blogger puedo ser sincera. 

Pero ya lo hice, y nada, a tirar verdades, que terror. 
Escribo porque amo a las letras, mucho más de lo que ellas me aman a mi. No sé hacerlo y no voy a pretender ser erudita en algo que no me corresponde. Escribo por necesidad (más que narcisismo), porque me parece bueno y en éstos tiempos la belleza es de las pocas variables que puedo controlar y la única verdad que encuentro. Escribo porque leo; algunas palabras logran quedarse, se apropian de mi y luego insisten en salir de nuevo. Escribo porque es algo que me dije que nunca haría, y ahora me encuentro tan incapaz de seguir haciendo lo que siempre he hecho, que los inefables aparecen como única posibilidad de acción. Que ironía que decida empezar a escribir de mi cuando sólo puedo mirar hacia afuera. 

Dice Juan Manuel Roca que un poeta es esencialmente un traductor de sí mismo, dicen los malpensantes que el novelista escribe sin saber a dónde va, que escribe (precisamente escribe) porque no sabe a dónde va, para echar luz sobre lo oscuro, para revelar cosas que hasta él mismo ignora.

Pues no soy poeta ni novelista (gracias, tremenda tragedia), pero ignoro mucho y niego más; necesito consistencia y esto es terapia, aunque no se acepten consultas a tan altas horas de la noche.